El açaí proviene de la región amazónica, principalmente del norte de Brasil, en estados como Pará, Amazonas y Amapá. Crece en una palmera llamada Euterpe oleracea, que puede alcanzar hasta 25 metros de altura y produce racimos llenos de pequeñas bayas de color morado oscuro. Durante siglos, este fruto ha sido parte esencial de la dieta de las comunidades indígenas que habitan la selva, no solo por su sabor, sino por su alto valor nutricional y energético.
En su forma más tradicional, el açaí se consume como una especie de puré espeso, que se extrae de la pulpa del fruto tras remojar y triturar las bayas. Este puré se sirve a menudo acompañado de alimentos salados como pescado seco o harina de mandioca, formando parte de las comidas cotidianas de los pueblos amazónicos. En estas comunidades, el açaí no es un postre o un producto “fit”, como se ve hoy en las ciudades, sino una fuente de alimento fundamental y culturalmente arraigada.
El auge del açaí fuera de la Amazonía comenzó en los años 80 y 90, cuando nutricionistas y deportistas empezaron a interesarse por sus propiedades antioxidantes, su alto contenido en grasas saludables y su capacidad para ofrecer energía de manera natural. Desde entonces, su popularidad ha explotado internacionalmente, transformando lo que antes era un alimento local en una industria global. Sin embargo, su origen sigue siendo profundamente amazónico, y detrás de cada bowl de açaí hay una historia rica en tradición, naturaleza y comunidad.